plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

sábado, 24 de agosto de 2013

morir de espina-C.Blázquez




Nómadas mis manos esquivas
Ansías domadas mis manos

Oh, la grande desnudez: la mano

Mira esos jardines que hacia nosotros vienen
A ti a mí y pedregales somos.

Válgame, válganos esta ordalía
morado ritmo que purpura el crepúsculo

Ámanos vegetal
sobrevuela y expolia
abrupto los esfínteres
espiga las burbujas
verde limo espigando

Adóptanos de sexo a tu batalla
Pura aflicción
victoria de la rosa
que ha de morir de espina
entre las manos


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 C.Blázquez , de Proceso

sábado, 17 de agosto de 2013

de Cuadernos en octavo-Franz KAFKA

Nuestras tropas lograron finalmente irrumpir en la ciudad por la puerta meridional. Mi sección estaba estacionada en un jardín de la periferia, a la sombra de cerezos calcinados, y esperaba órdenes. Pero cuando oímos la estridencia de los clarines en la puerta meridional, nada pudo detenernos. Empuñamos las primeras armas que nos cayeron sobre los hombros del compañero más próximo, aullando nuestro grito de guerra: "Kahira Kahira", galopamos en largas filas por los charcos de la ciudad. En la puerta meridional, no encontramos ya más que cadáveres y un gran humo amarillo que pesaba sobre el suelo y lo cubría todo. Pero no queríamos ser sólo la retaguardia y por eso nos metimos enseguida por algunos estrechos callejones laterales que hasta entonces se habían visto libres de lucha. La puerta de la primera casa voló en astillas al primer golpe de mi pica, e irrumpimos en el pasillo con tal furia que al principio chocamos entre nosotros. Un viejo nos vino al encuentro por un largo corredor vacío. Viejo extraño: tenía alas. Grandes alas desplegadas, cuyos bordes externos superaban su propia estatura.
—Tiene alas —grité a mis camaradas, y los que estábamos al frente retrocedimos un poco, todo lo que nos lo permitieron los que teníamos a la espalda.
—Ustedes se maravillan —dijo el viejo—, pero todos nosotros tenemos alas, pero no nos han servido de nada y, si pudiésemos nos las arrancaríamos.
—¿Por qué no huyen volando? —pregunté.
—¿Huir volando de nuestra ciudad? ¿Abandonar la patria? ¿Nuestros muertos, nuestros dioses?
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trad. y notas Carmen Gauger, edit. Alianza 

domingo, 11 de agosto de 2013

Coro de Manos Blancas de Venezuela-El Sistema

                                                                                                                             


























lunes, 5 de agosto de 2013

Ombligo y bomba atómica-Eikoh HOSOE//Hiroshima-G.MOUSTAKI






Ombligo y bomba atómica, 1960;  dirigido por Eikoh Hosoe con coreografía de Tatsumi Hijikata fundador junto a Kazuo Ohno de la danza butoh que busca un nuevo cuerpo, tras la masacre de Hiroshima y Nagasaki. 
La primera obra de butoh fue Kinjiki, (Colores prohibidos) basada en la novela de Yukio Mishima.



Letra y música de Georges Moustaki

Par la colombe et l'olivier,
Par la détresse du prisonnier,
Par l'enfant qui n'y est pour rien,
Peut-être viendra-t-elle demain.

Avec les mots de tous les jours,
Avec les gestes de l'amour,
Avec la peur, avec la faim,
Peut-être viendra-t-elle demain.

Par tous ceux qui sont déjà morts,
Par tous ceux qui vivent encore,
Par ceux qui voudraient vivre enfin

Peut-être viendra-t-elle demain.

Avec les faibles, avec les forts,
Avec tous ceux qui sont d'accord,
Ne seraient-ils que quelques-uns,
Peut-être viendra-t-elle demain.

Par tous les rêves piétinés,
Par l'espérance abandonnée,
À Hiroshima, ou plus loin,
Peut-être viendra-t-elle demain,
La Paix !

  

sábado, 3 de agosto de 2013

Los almendros-Albert CAMUS



"¿Sabe usted -le decía Napoleón a Fontanes- qué es lo que más admiro del mundo? La impotencia de la fuerza para fundar nada. Sólo hay dos potencias en el mundo: la espada y el espíritu. A la larga, la espada es siempre vencida por el espíritu."
Los conquistadores -por lo que se ve-, son en ocasiones melancólicos. Algún precio hay que pagar por tanta gloria vana. Pero lo que hace cien años era verdad para la espada, hoy ya no lo es tanto por lo que se refiere al tanque. Los conquistadores han ganado puntos, y el lúgubre silencio de los lugares sin espíritu se ha instalado durante años en una Europa desgarrada.
En tiempos de las espantosas guerras de Flandes, los pintores holandeses podían llegar a pintar los gallos de sus corrales. Se ha olvidado asimismo la guerra de los Cien Años y, no obstante, las oraciones de los místicos silesios viven aún en algunos corazones. Pero hoy las cosas han cambiado y se moviliza tanto al pintor como al monje: somos solidarios con ese mundo. El espíritu ha perdido esa regia seguridad que los conquistadores sabían reconocerle; hoy, incapaz de dominar a la fuerza, se agota maldiciéndola.
Las personas de buena fe dicen que eso es una desgracia. Nosotros no sabemos si es una desgracia, pero sabemos que es así. La conclusión es que hay que arreglárselas. Y, así, basta con saber lo que queremos. Y lo que queremos es precisamente no inclinarnos nunca ante la espada, no dar nunca la razón a la fuerza que no se pone al servicio del espíritu.
Ciertamente se trata de una tarea que no tiene fin. Pero estamos aquí para proseguirla. No creo tanto en la razón como para apuntarme al progreso ni a ninguna filosofía de la Historia. Por lo menos, sí creo que los hombres nunca han dejado de avanzar en la conciencia que han ido adquiriendo de su destino. No nos hemos elevado por encima de nuestra condición, y, sin embargo, la conocemos mejor. Sabemos que vivimos en la contradicción, pero que debemos rechazar la contradicción y hacer cuanto sea necesario para disminuirla. Nuestra tarea de hombres es la de encontrar las escasas fórmulas que puedan apaciguar la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que remendar lo que se ha desgarrado, hacer que la justicia sea imaginable en un mundo tan evidentemente injusto, que la felicidad tenga algún sentido para los pueblos envenenados por la desdicha del siglo. Naturalmente es una tarea sobrehumana. Pero se llama sobrehumanas a las tareas que los hombres tardan mucho tiempo en llevar a cabo: eso es todo.
Sepamos, pues, lo que queremos; permanezcamos firmes en el espíritu aun cuando la fuerza, para seducirnos, tome la forma de una idea o del bienestar. Lo más importante es no perder la esperanza. No hagamos demasiado caso a los que anuncian el fin del mundo. Las civilizaciones no mueren con tanta facilidad, y, aun suponiendo que este mundo tuviera que derrumbarse, lo haría después que otros. Es muy cierto que estamos en una época trágica. Pero mucha gente confunde lo trágico con la desesperación. "Lo trágico -decía Lawrence- debería ser una inmensa patada que se le pega a la desdicha." He aquí un pensamiento sano e inmediatamente aplicable. Hay muchas cosas hoy en día que merecen esa patada.
Cuando vivía en Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo, todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto.
No es un símbolo. No ganaremos nuestra felicidad a fuerza de símbolos. Hace falta algo más serio. Quiero decir tan sólo que, a veces, cuando el peso de la vida se vuelve excesivo en esta Europa todavía colmada de su propia desdicha, me vuelvo hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me enseña que si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él.
Pero, ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Según él son la fuerza de carácter, el gusto, el "mundo", la felicidad clásica, el duro orgullo, la fría frugalidad del sabio.
Tales virtudes son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante la enorme magnitud de la partida en juego, que no se olvide en todo caso la fuerza de carácter. No hablo de esa a la que en las tribunas electorales acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.  (1940)
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  Albert CAMUS, de El Verano, Trad.  Luis Echávarri. Madrid, Alianza Editorial, 1996.