plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

lunes, 29 de agosto de 2011

así comienza La calle amarilla-VEZA CANETTI-


---El engendro---

Cierto día, mientras la empujaban por la calle sentada en su cochecito de niños, la Runkel se puso a pensar en la miseria de su vida y la embargó una desesperación tal que deseó con fervor que llegara un vehículo pesado, un camión de ganado, un rodillo de mil kilos de peso o un tranvía de cuatro vagones que derribara y triturara su horrible cuerpo. De ahi que diera a la criada Rosa -que la servía desde hacía años, cuidaba de ella, la trasladaba en brazos del cochecito al piso, del piso al cochecito- órdenes insensatas, le hiciera señales nerviosas e incoherentes con la pretensión de indicarle cómo debía cruzar la calle. Y la confundió hasta tal punto con sus interpelaciones furiosas que, al final, consiguió chocar con una moto que se acercaba a gran velocidad. Pero la moto no destrozó el cuerpo de la Runkel sino el de la criada Rosa, cuyo fiel corazón la llevó a dar literalmente en el último instante de su existencia un rápido empujón al cochecito de la inválida, protegiéndolo con su propio cuerpo, gesto que le costó la vida. La Runkel a su vez acabó tirada por los suelos con ambos brazos fracturados, y hay que decir que llegaban a la docena las veces que se había fracturado algún hueso, aunque casi siempre habían sido las piernas, esas piernas que le colgaban cortas e inertes del cuerpo como a un monigote.
La Runkel estaba tirada en tierra sin poder moverse, pero la mirada fija de uno de sus ojos registraba cuanto iba sucediendo. Lo que sucedió fue que se acercaron peatones y guardias y dependientes de las tiendas y se afanaron en torno al cuerpo de la criada Rosa, que muy pronto fue metido en una ambulancia.
-Sanseacabó- oyó la Runkel que alguien decía mientras la acostaban en una camilla, pero después perdió el conocimiento y cuando despertó tenía los brazos enyesados. Vio a su amiga, la Weiss, vio a su madre, que lloraba, y se enteró de que Rosa estaba muerta. Y entonces dirigió su horrible rostro hacia la Weiss y dijo: "Sanseacabó".
-¡No digas eso! -gritó la Weiss, haciendo acopio de valor-. No eres la única que sufre, ¡y sabes que no te dejaremos ir sola por el mundo!
Se le ocurrió que lo de "ir sola" no era lo más adecuado, esa criatura nunca ha podido caminar, y menos sola, siempre está sentada y lo único que puede mover son sus brazos, esos brazos que ahora tiene fracturados, quién sabe si se le curarán bien, porque tiene los huesos quebradizos, cualquier recuperación le cuesta más que a otros, además ya tiene treinta y seis años, y ¡vaya rostro! ¡vaya rostro! ¡vaya rostro! De verdad que para mí es un sacrificio estar aquí mirándola.
-¡Dentro de tres semanas estarás curada! -le gritó mientras cavilaba-. Deja de lloriquear, dentro de tres semanas estarás otra vez en la tienda, acuérdate de que tienes dos tiendas que rinden mucho, no vayas a comparar, tu padre te dejó dos tiendas, pero tú eres el mismísimo demonio, sentada en tu tienda de jabones vigilas al mismo tiempo la de tabacos, ¡no vayas a compararte con nadie! Sé muy bien que todas las tardes mandas que te lleven al cine, ¡ese gasto no te duele! Aunque para otras cosas eres una miserable, ¡siempre ahorrando!¡No llores Frieda!
-Sé lo que están pensando-contestó la Runkel, y su cara insistía en que estaba decidida a morir.

El médico se acercó a la cama, había oído la última frase de la Weiss y le sorprendió que la criatura que encontró acostada se llamara Frieda* y que alguien pudiese decir que lloraba cuando él n veía más que unas gotas saliendo de dos ojos planos y vacíos deslizándose por el triángulo de la cara. Le había costado acostumbrarse a verla como a un ser humano, pero le había colocado las férulas en los brazos y puesto el yeso, y ahora se preocupaba de que se curara, puesto que, cuando le hablaba aquel monstruo deforme contestaba con acierto, aunque su voz fuera tan desagradable como su rostro.
-Pues sí, hemos hecho una buena reparación- dijo, tras cruzar una mirada con lla Weiss-. Dentro de dos o tres semanas volverá a estar perfectamente.
Pero no le salió nada más, ya le pareció demasiado haber dicho:"estará perfectamente". Levantó un extremo de la manta, lo volvió a soltar en seguida y se alejó, después a saludar con un gesto a madre de la Runkel, una mujer de cuerpo normal que al hablar no hacía aspavientos ni ponía nervioso a nadie.
Detrás del médico vino la tía, entró, se sentó junto a la cama y empezó a lamentarse:
-Pobre criatura, no te bastaba con la cara que tienes y con no poder caminar, mira que sufrir esa desgracia, quién sabe si te podrás curar, y Rosa, pobrecita Rosa, ¡qué harás tú sin Rosa! Era la única que podía levantarte en brazos, ¡no hay nadie más que pueda hacerlo!
¿Qué dice esta estúpida? ¿A qué viene tanto lamento? ¿Acaso dependo de ella? ¿No hay gente que depende de mí? Por ejemplo mi madre, puesto que las tiendas están a mi nombre, y la vieja, la prima, la abuela...aunque Rosa haya muerto, quedan Anna, Alois, Lina, ¡todos dependen de mí!
-¡Vete en seguida a la tienda, no la dejes! -ordenó la Runkel de repente, y su madre, una mujer alta de rasgos suaves, la obedeció, se incorporó y se fue.
-Dale veinte chelines- dijo la Runkel con desprecio, y señaló con un movimiento de cejas a la vieja tía.
Tardó dos meses en estar curada.

*n.del t.: Frieda deriva de Frieden,"paz"
[...]
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de La calle amarilla-VEZA CANETTI-traducido del alemán por Helga Pawlowsky
prólogo de Elias Canetti
Muchnik editores,1990





miércoles, 24 de agosto de 2011

Peripecia y Reconocimiento en la Tragedia -en Poética de Aristóteles

[...]CONMISERACIÓN Y TERROR. IMPREVISTO Y MARAVILLOSO

Y, por otra parte, puesto que la reproducción imitativa no lo es tan sólo de acción completa sino de lo tremebundo y de lo miserando, 84 y tremebundo y miserando no lo son superlativamente cuando sobrevienen de manera ines­perada, más que cuando por mutua conexión —que las cosas que de esta manera suceden causan mayor maravilla que si sucedieran natural o casualmente, que aun las co­sas que por casualidad pasan nos parecen tanto más sorprendentes cuanto más a posta parezcan suceder, pongo por caso el de la estatua de Micio en Argos 85 que mató al culpable de la muerte de Micio mientras asistía de es­pectador a una fiesta, que tales casos no nos parecen pasar al acaso—, se sigue que las tramas de tal estilo serán de entre todas las más bellas.

ACCIÓN SIMPLE Y ACCIÓN COMPLEJA

Entre los argu­mentos y tramas unos son simples y otros intrincados, porque, parecidamente, las acciones, cuyas imitaciones son precisamente las tramas, resultan ser derechamente simples o intrincadas. Digo, pues, a tenor de esta definición, que una acción será simple si, al hacerse, resulta continua— y una, produciendo— el cambio de fortuna sin peripecias ni reconocimientos; e intrincada, cuando suceda tal cam­bio con reconocimientos o con peripecias, o con ambos de vez.

RECONOCIMIENTO Y PERIPECIA

Y es preciso que peri­pecia y reconocimiento surjan de la contextura misma de la trama o argumento, de manera, con todo, que tal pro­cedencia de los antecedentes sea o por vía de necesidad o por la de verosimilitud, que gran diferencia hay entre que una cosa venga después de otra y que una proceda de otra.

LA PERIPECIA

Como se dijo ya, peripecia es la inversión de las cosas en sentido contrario, 87 y, como quedó también dicho, tal inversión debe acontecer o por necesi­dad o según probabilidad, como en el Edipo se ve, que el que vino a confortarle y librarle del temor que tenía por lo de su madre, en habiendo mostrado quién era, le causó contrario efecto: 88 y en el Linceo 89 se lleva a la muerte a Linceo y va siguiéndole Dánao para matarlo: pues bien, el curso de los acontecimientos hace que éste muera y aquél se salve.

EL RECONOCIMIENTO

El reconocimiento, como su nom­bre mismo lo indica, es una inversión o cambio de igno­rancia a conocimiento que lleva a amistad o a enemistad de los predestinados a mala o buena ventura. Y bellísimo será aquel reconocimiento que pase con peripecia, como es de ver en el Edipo.

Hay además otros tipos de reconocimiento, porque lo que se acaba de decir pasa también con cosas inanima­das y casuales, y puede darse reconocimiento de si uno ha hecho o no tal cosa o tal otra.

El reconocimiento, con todo, más apropiado a la trama o argumento y mejor adaptado a la acción es el di­cho; que, en efecto, reconocimiento con peripecia traerá consigo compasión o temor, cuyas acciones se supone precisamente las reproducciones imitadas por la tragedia, y de tales acciones provendrán buena y mala ventura.[...]


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sábado, 20 de agosto de 2011

decíase el arpa-C.Blázquez


en el ángulo oscuro de su dueño, levantisco y andante, decíase el arpa
un ángulo me basta*

y se olvidaba del salón**

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C. Blázquez (de Colofonia con gutapercha)

*de la Epístola moral a Fabio,de Andrés Fdez. de Andrada (Sevilla,1575 -México, 1648)
**el ángulo oscuro del salón donde tal vez olvidada el arpa veíase, es de la Rima 7 de G.A. (Domínguez) Bécquer,






viernes, 19 de agosto de 2011

setentaycincoveces seco-C.Blázquez



setentaycincoveces seco
niño Nilo
un agosto

río que no das al mar
¿qué es el morir?

¿qué no das al mar río
que es el morir?

tu pozo
aquí me queda tu pozo
¡Que no desemboca!*

"a los mimbres les gusta estar siempre
en la lengua del río"**


*verso de su poema niña ahogada en un pozo
**decires de campesinos andaluces
que maravillaron a Federico
aquí más


miércoles, 17 de agosto de 2011

En su fasto el papa-de Rainer M.RILKE


EN su fasto el papa, hasta qué punto
será, aunque no menos venerable,
por la santa ley del contrapunto
para el diablo deseable.

Tal vez es poco lo que se atiende
a ese equilibrio moviente;
hay en el Tíber más de una corriente,
todo juego a su contrajuego tiende.

Recuerdo a Rodin que un día
con tono viril me decía
(tomábamos, en Chartres, un tren)
que tan pura, la catedral parecía
provocar un viento de desdén.

,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,
de Vergeles-Poemas franceses

Combien le pape au fond de son faste,
sans être moins vénérable,
par la sainte loi du contraste
doit attirer le diable.

Peut-être qu'on compte trop peu
avec ce mouvant équilibre;
il y a des courants dans le Tibre,
tout jeu veut son contre-jeu.

Je me rappelle Rodin
qui me dit un jour d'un air mâle
(nous prenions, à Chartres, le train)
que, trop pure, la cathédrale
provoque un vent de dédain.
,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,
Aus: Vergers (1924/1925)
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::
trad. Tomás Segovia-ed. Pre-textos,1994

martes, 16 de agosto de 2011

de Poemas franceses-Rainer Maria RILKE



ESTEMOS junto a la lámpara y no hablemos demasiado;
cuanto se diga es menos que el saber confesado
el silencio vivido; es como el fondo ahuecado
de una mano divina.
Está vacía, sí, la mano, esa mano;
pero una mano nunca se abre en vano,
y es ella quien nos combina.

No es la nuestra: nuestra precipitación
atropella las cosas lentas. Es ya acción
una mano que se muestra. Pongamos atención
en la vida que en ella fluye.
El que más se mueve no es el más forzudo.
Es preciso admirar su acuerdo mudo
cuando aún la fuerza no bulle.

RESTONS á la lampe et parlons peu;
tout ce qu'on peut dire ne vaut pas l'aveu
du silence vécu; c'est comme le creux
d'une main divine.
Elle est vide, certes, la manin, cette main;
mais une main ne s'ouvre jamais en vain,
et c'est elle qui nous combine.

Ce n'est pas la nôtre: nous précipitions
les choses lentes. C'est déjà l'action
qu'une main qu se montre. Regardons
la vie qui en elle afflue.
Celui qui bouge n'est pas le plus fort.
Il faut admirer son tacite accord
avant que la force remue.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
trad. Tomás Segovia para ed. Pre-textos, 1994
Poemas franceses.

lunes, 15 de agosto de 2011

las glotonas palomas-C.Blázquez

Innecesario ya es el perdón, peregrino,
tus pecados se han hecho más grandes que Dios
y lo que antes el cielo alimentaba
ahora te humilla la cerviz:
las glotonas palomas atosigan tus pies

duélete peregrino duélete

domingo, 14 de agosto de 2011

dos espíritus en armonía-trazos de Shih K'o



dos espíritus en armonía,
de Shih K'o, en museo nal. TOKIO

viernes, 12 de agosto de 2011

miel y langostas-C.Blázquez

Sólo agua de roca tomaba. Ni miel ni langostas comía. Tanto duró el ayuno del ermitaño, que las langostas se convirtieron en plaga fatal para los cultivos de alrededor. Los campesinos subieron al monte a pedirle ayuda, pues tenía fama de sabio y generoso, sin saber que era él quien causó el desastre natural. El ermitaño explicó entonces la verdad, y aconsejó que todos los vecinos empezaran a comer langostas en abundancia, y la plaga se acabaría. Así fue, pero les gustaron tanto las langostas, que cuando el ermitaño creyó conveniente cesar su ayuno y volver a su dieta habitual, no encontró apenas langosta alguna que llevar a su hambrienta boca. Abandonó su cueva y bajó al pueblo a pedir algo de comer y si era posible también, una explicación. Los vecinos habían decidido dejar de cultivar los campos tras comerse todas las langostas; se dieron cuenta de que los sapos y las culebras eran deliciosos, y sencillos de alimentar pues moscas no faltaban nunca en aquellos parajes. Le obsequiaron con un buen guiso de batracios, y una bolsa llena de serpientes en salazón para alimentarse durante una temporada. Pero no volvió de nuevo a su cueva, sino que abandonó aquella comarca para encontrar un lugar donde las langostas y la miel estuvieran a su alcance. Cuenta la leyenda que andando y andando llegó hasta el desierto, donde residió largos años.[...]
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C.Blázquez (de Archeotypos secretos)

miércoles, 10 de agosto de 2011

amaina según y cómo-C.Blázquez



amaina según y cómo
antes de transformarse en viento
y hasta el azar alcanza

y al alcance de mi mano
ya no por azar
otras manos

mucho después, después, mucho
después mucho después
pierde en el juego del lenguaje
y gana
distancia

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C.Blázquez (de Fragmentos de una extinción)



viernes, 5 de agosto de 2011

episodio de "la mano" en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge-RILKE

[...] Y por esto precisamente quise contarle de la mano. Me imaginaba que ganaría su estima (cosa que deseaba mucho, no sé por qué) si consiguiese hacerle comprender que yo había vivido verdaderamente aquello. Pero Erik era tan hábil en eludirme que no tocamos nunca ese tema. Además partimos poco tiempo después. Y así es que -cosa bastante extraña en verdad- cuento hoy por primera vez (y no es, después de todo, más que para mí mismo) una aventura que se remonta a lo más lejano de mi infancia.
Lo pequeño que debía de ser yo todavía, lo advierto porque estaba de rodillas en la butaca para alcanzar más cómodamente la altura de la mesa en la que dibujaba. Era de noche, en invierno; si no me equivoco, en nuestro apartamento, en la ciudad. La mesa estaba entre las ventanas de mi habitación y no había otra lámpara en la pieza que alumbraba mis hojas y el libro de Mademoiselle: pues Mademoiselle estaba sentada a mi lado, un poco más atrás, leyendo. Ella estaba muy lejos cuando leía y yo no sé si era en su libro; podía leer durante largas horas, volvía raramente las páginas, y yo tenía la impresión de que bajo sus ojos las páginas se hacían sin cesar más llenas, como si su mirada hiciese nacer allí palabras nuevas, ciertas palabras que ella necesitaba y que no estaban allí. Imaginaba esto mientras dibujaba. Yo dibujaba lentamente, sin intención bien definida, y cuando no sabía cómo continuar, miraba mi dibujo, la cabeza ligeramente inclinada a la derecha; en esta posición descubría más deprisa lo que faltaba todavía. Eran oficiales a caballo que galopaban a la batalla, o que estaban ya metidos en la contienda, lo que era mucho más sencillo, porque entonces era suficiente con dibujar la humareda que les envolvía. Es cierto que mamá pretendía siempre que yo no había pintado nunca más que islas; islas con árboles grandes y un castillo y una escalera y, en la ribera, flores que se miraban en el agua. Pero creo que inventaba o que eso no fue hasta más tarde.
El hecho es que esa tarde dibujaba un caballero, un solo caballero bien destacado sobre un caballo extrañamente cubierto. Era tan abigarrado que tenía que cambiar a menudo de lápiz; el rojo, sin embargo dominaba, y tenía que tomarlo a cada momento. Una vez más fui a utilizarlo, cuando rodó (aún lo veo) oblicuamente sobre mi hoja iluminada hasta el borde de la mesa, y, antes de que hubiese podido detenerlo, cayó a mi lado y desapareció. Verdaderamente lo necesitaba y estaba fastidiado de tener que bajarme a buscarlo. Con mi torpeza, esto no podía tener lugar sin toda clase de complicaciones; mis piernas me parecieron mucho más largas, y no conseguía sacarlas de debajo de mí; este estar de rodillas tan prolongado había entorpecido mis miembros; no sabía bien lo que me pertenecía y lo que era la butaca. Sin embargo, terminé por desembarcar abajo, y confusamente me encontré sobre una piel de animal que se extendía debajo de la mesa hasta la pared. Pero allí surgió una nueva dificultad. Habituados a la claridad de arriba, deslumbrados todavía por el brillo de los colores sobre el papel blanco, mis ojos no llegaban a discernir el menor objeto bajo la mesa, donde el negro me parecía tan cerrado que tenía miedo de golpearme. Me limité, pues, a mi tacto y, arrodillado, apoyándome sobre la mano izquierda, peiné con la otra los pelos largos y frescos del tapiz, cuyo contacto me pareció enseguida familiar. ¡Pero no había ni un lápiz! Ya me figuraba haber perdido un tiempo considerable e iba a llamar a Mademoiselle para rogarle que me acercae la lámpara, cuando noté que a mis ojos, que a mi pesar se había adaptado, la oscuridad se había más transparente. Ya distinguía la pared del fondo que bordeaba un plinto claro; me orienté entre los pies de la mesa; y primero reconocí mi propia mano extendida, los dedos separados, que se movía sola, casi como un animal acuático, y palpaba el fondo. Yo la miraba hacer, recuerdo, casi con curiosidad; parecía conocer cosas que yo no le había nunca enseñado; la veía palpar allí debajo, a su gusto, con movimientos que yo no le había observado nunca. La seguí a medida que avanzaba, me interesé en su manejo y me preparé a ver no sé qué. Pero, ¿cómo hubiese podido esperar que, saliendo de la pared, de pronto otra mano viniera a mi encuentro, una mano más grande, extraordinariamente delgada, y tal como yo jamás había visto? Palpaba, venía del otro lado del mismo modo, y las dos manos abiertas se movían al encuentro la una de la otra, ciegamente. Mi curiosidad estaba lejos de quedar satisfecha, pero bruscamente cedió dejando sitio al terror. Sentí que una de esas manos me pertenecía y que se hundía en una aventura irreparable. Con toda la autoridad que tenía sobre ella, la retuve y la traje hacía mi, extendida de plano y despacio, sin retirar los ojos de la otra mano que continuaba palpando. Comprendí que no iba a quedarse allí; y no puedo decir cómo me subí. Ahora estaba profundamente hundido en la butaca, mis dientes castañeteaban y tenía poca sangre en el rostro que me parecía no tener más azul en los ojos. "Mademoiselle", quise decir, y no pude. Pero ella también se alarmó entonces, tiró su llibro, y se arrodilló al lado de mi butaca gritando mi nombre; creo que ella me sacudió. Pero yo estaba plenamente consciente. Tragué varias veces saliva, e iba a contarle...

Pero ¿cómo? Hice un esfuerzo indescriptible sobre mí mismo, pero no era posible expresar esto de modo que lo comprendiese. Si existían palabras para un acontecimiento semejante, yo era demasiado pequeño para encontrarlas. Y de pronto se apoderó de mí una angustia: que esas palabras, aunque superiores a mi edad, se apareciesen de pronto, y estuviese entonces obligado a decirlas, me pareció más terrible todavía. Esta cosa, allí, tan real, vivirla una vez más enlazada, desde el principio; oírme admitirla...para todo esto, verdaderamemente, yo no tenía fuerza.
Es imaginación, claro está, querer pretender ahora que, ya en aquel tiempo, hubiese podido sentir que algo acababa de entrar en mi vida, precisamente en la mía, algo con lo que debía ir solo, siempre y siempre. [...]
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Los cuadernos de Malte Laurids Brigge-RILKE-
trad. Fco. Ayala, para ed. Losada, en 1958, Buenos Aires