plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

martes, 18 de mayo de 2010

de palabras Antígonas-C.Blázquez

de palabras Antígonas
recibí su velo puro
como comprende al sol
y a la espada
el lomo de los toros

allende la ribera de las venas
quien dice libertad dice preludio
profunda emanación
boomerang que devuelve
perseverancia a la ceniza

resquebrájese en mí
aquel barro primero

ex-presión
añicos en discordia
réplicas de la réplica
acicalen su lengua
consuelen al despojo
del ego en su angostura

pero yo soy el yo sin recompensa
que ministerio cumple
destronada camino con la tumba en torno
y en mi rastro se oye
una nieve doncella

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a Lourdes S.,va por ella, vapor ella,
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C.Blázquez de Logoi spermatikoi

martes, 4 de mayo de 2010

fragm. de Gravedad, la fuerza-C.Blázquez

El recinto no era una sala de juicios ni un aula magna, aunque como éstas, perdía solemnidad al quedarse vacío. Sólo un hombre y dos mujeres permanecían allí, de pie, nítidos entre las sombras de los que se iban y envueltos por el rumor de los pasos.
Una de las mujeres recogía sus bártulos, y su amigo, el hombre, la ayudaba.
La otra, sola y apartada, no era amiga ni enemiga de nadie; ni ella misma sabía porqué estaba allí. Miraba con atención el trajín de las manos y antebrazos del hombre a la vez que presionaba un poco los suyos.
Al cabo de un rato, el hombre dejó a la amiga y fue hacia la que les miraba; se le acercó mucho y la mujer no retiró la mano que él le puso en la cadera, "precisa y dulcemente", notó ella.
Sin despedirse de la mujer de los bártulos, abandonaron la sala de mutuo acuerdo y entrelazados, pues ella también había puesto su mano en la cadera del hombre, "¿desesperadamente?", notó él.
Fuera les aguardaba un ámbito anaranjado y púrpura que coronaba el puente, al que se encaminaron sin más propósito que cruzarlo inmiscuidos en esa belleza.
A ambos les producía bienestar la mano del otro en la cadera, como si un dispositivo bombeara al presionarlo con suavidad, oleadas concéntricas de placer que se propagaban, incluso, fuera de los cuerpos.
Cuando subieron al puente, una estría de rojo apagaba poco a poco la incandescencia de las nubes. Se detuvieron en un mirador y él, como si fuera el amo de aquel cielo, le ofreció a ella todo el crepúsculo. Los dos evocaron en silencio a Satanás tentando a Jesús en el desierto.
-Tú eres una mujer- dijo. Sólo eso dijo él.
La mujer le besó profundamente. Nada dijo, sólo eso hizo ella.
En eso estaban cuando un grito ensordecedor salió de la oscuridad de la boca pequeña y oblonga de un Hombrecillo que se llevaba las manos a la cabeza; todos los viandantes se pararon en seco; el grito no cesaba y el Hombrecillo se contorsionaba en zig-zag, golpeándose con las balaustradas del puente.
La mujer de los bártulos, que aún estaba en el recinto y toda la ciudad, escuchó aquel grito que incluso superaba al sonido de las sirenas de las fábricas que cerraban a esa hora, y al de las campanas de las iglesias.
El hombre y la mujer intentaron calmarle tapándole la boca y sujetándole como podían, pero sin querer le asfixiaron. No había nadie cerca de ellos, entonces simularon que el Hombrecillo forjeceaba como si quisiera lanzarse al río; eso ocurrió pero porque ellos le izaron con grandes aspavientos, como si fuera un títere, y arrojaron al agua el lacio y liviano cuerpo del Hombrecillo. Pero los pulmones de éste, que sólo se había desmayado, estaban tan acostumbrados a la falta de aire, que soportaron la prueba del agua, y al cabo de un rato subió a la superficie y nadó hasta la ribera, donde se tumbó boca abajo, entre las altas hierbas.
La mujer de los bártulos dió por finalizada la limpieza de la sala y salió para su casa. La aguardaba ese mismo ámbito ahumado y por eso no reparó en el puente. Atravesó un parque infantil, que a diferencia de una sala de juicios o un aula magna, era más solemne al estar desierto a esas horas. Se le ocurrió subirse al tobogán, luego estuvo un buen rato dándose impulso en el columpio, tanto que casi se da la vuelta, luego se dejó llevar por el vaivén y sintió en su cuerpo la fuerza de la aceleración, la de la gravedad que es aceleración hacia la tierra y la inercia, asunto este último en el que pensaba con frecuencia desde la edad de colegiala. De nuevo el grito colosal, aún más si cabe, la sacó de su ensueño, puso los pies en la tierra y retomó el camino a su casa. Al llegar a su mesa, vio el cristal de la ventana roto sobre sus papeles, y desordenados por el viento. Recogió los añicos, ordenó los papeles, y miró al cielo sin cristal; luego empezó a escribir: "La Verdad es una roca con forma de nube, y el Tiempo una nube con forma de roca..." [...]
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C.Blázquez de Gravedad

lunes, 3 de mayo de 2010

como el río en la ría-C.Blázquez

como el río en la ría
sin dejar de ser agua
dejar el ser

dejar de ser
sin cesar en el ser

acude pues a tu libro vida mía
y gorjea
entre los ruegos
que son la inter-rogación
por lo aprehendido sentido
al tomar alimento
en las moradas de Hades

redimida en la hez luminaria
del ser

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C.Blázquez de Ninguna luz es süave