plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

martes, 2 de octubre de 2007

3 de octubre de 1911 - Diarios de F.KAFKA



Una noche igual, sólo que aún me dormí con mayor dificultad. Al dormirme, un dolor que se movía verticalmente en la cabeza sobre el arranque de la nariz, como producido por una arruga de la frente demasiado apretada. A fin de tener el mayor peso posible, cosa que considero buena para conciliar el sueño, había cruzado los brazos y puesto las manos sobre los hombros, de modo que me hallaba tendido como un soldado con su equipo. Una vez más, la fuerza de mis sueños, que ya en vela irradian sobre el momento de dormirme, fue lo que no me dejó dormir. Por la noche y por la mañana, es imposible calibrar la conciencia de mis facultades poéticas. Me siento vaciado hasta el fondo de mi ser y puedo sacar de mi interior lo que quiera. Esta extracción de unas energías a las que luego uno no deja actuar, me recuerda mi relación con B. También en este caso hay efusiones que no son liberadas, sino que, en su retroceso, deben aniquilarse a sí mismas, sólo que ahora -ésa es la diferencia- se trata de fuerzas más misteriosas y de lo último que queda en mí.

En la Josefsplatz, pasó junto a mí un gran automóvil de turismo, con toda una familia apiñada en su interior. Tras el automóvil, con el olor de gasolina, me bañó el rostro un soplo de aire de París.

En la oficina, dictando una extensa circular para un alto mando de la policía del distrito. Al final, que debía encumbrarse, me quedé atascado y no podía hacer otra cosa que mirar a la señorita K., la mecanógrafa, quien, según su costumbre, se volvió especialmente activa, movió su sillón, tosió, tamborileó sobre la mesa con las puntas de los dedos y atrajo así la atención de toda la oficina sobre mi desgracia. La idea buscada tendrá ahora el valor adicional de que debe calmarla a ella, y será tanto más difícil encontrarla, puesto que ha de ser más valiosa. Por fin doy con la palabra "estigmatizar" y con la frase adecuada a ella, pero no dejo que salga aún de mi boca, con tanto asco y tanta vergüenza como si se tratase de carne cruda, de carne cortada de mí mismo (tantos esfuerzos me ha costado). Al fin la digo, pero no me abandona el gran temor de que todo en mí está dispuesto para un trabajo literario y de que este trabajo sería para mí un éxtasis celestial y el inicio de una verdadera vida; en cambio por culpa de tan miserable documento, he de robar, en esta oficina, un pedazo de su propia carne a un cuerpo capaz de tal felicidad.



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